jueves, 24 de febrero de 2011

EL MASÓN ANTE SU VERDAD

“El intuicionismo racionalista, buscando un conocimiento seguro,
rechaza como falso todo lo que no se presente a la conciencia con una certeza absoluta. Su verdad modélica es la afirmación «Pienso, existo» de Descartes, que no se apoya en un razonamiento sino en un intuición clara y distinta que le otorga una evidencia inmediata”.

Descartes

De los diversos cuestionamientos que el hombre se ha hecho por siglos como: el de la existencia de un ser supremo denominado Dios, el origen del universo y su conformación, la posibilidad de poseer un alma, sin duda, uno de los más recurrentes es, si cada ser como tal, tiene una misión en su paso por la vida, dentro de la masonería se pretende, sino contestar estás preguntas, si por lo menos, mitigar la inquietud por la falta de respuestas concretas y absolutas, para llegar a un conformismo activo, es decir, encontrar una respuesta un tanto satisfactoria, pero que nos despierte el interés por ir “en busca de la verdad”, de lo contrario seriamos conformistas en extremo, creyentes de poseer la verdad y como todos sabemos, ésta no existe, la única verdad absoluta es Dios, por lo tanto, la inquietud se convierte en esperanza y fuerza de voluntad para investigar y llegar a conocer más, para ser mejores.

Ahora bien, como hijos de la viuda libres e independientes, hacedores del bien, benefactores y demás, poseedores del secreto de ejercer la virtud para obtener la luz suprema, tenemos un largo camino por recorrer, pues ostentamos dichos atributos, falta ahora sustentarlos, para lo cual, el masón basado en la filosofía de la vida misma, enriquece sus máximas, lejos de los vicios morales y materiales, para fortalecer la relación que todo ser mantiene con la DIVINIDAD, con la SOCIEDAD y con UNO MISMO.

Indiscutiblemente que dicha relación tripartita, concatenada y muchas veces interrelacionada nos lleva a la superación de una por la otra o en consecuencia de las demás y viceversa, por lo tanto al expresar los requerimientos para llevar a cabo una de ellas, es obvio que aplica para las dos restantes, es decir, cuando hacemos el bien a los demás por convicción contribuimos al aspecto social y por ende damos cumplimiento a nuestros deberes para con el ser supremo, sin embargo, es importante mencionar lo que da origen a toda ésta relación y coloca al masón ante su verdad.

Si partimos de que Dios es luz, la máxima intensidad habida y por haber, proveniente de una conciencia superior, nosotros como parte del todo, somos seres de luz y poseemos a imagen y semejanza una conciencia en ciernes, el fin de nuestra existencia consiste en elevar con el paso del tiempo los grados de conciencia hasta encontrar la paz, aquella que nos da el hecho de no tener más dudas de nada y ante nada, el desarrollo de la conciencia, consiste en ejercer la inteligencia, la razón, el libre albedrio, herramientas entre otras más, de que se vale la misma para entender la realidad.

Pues bien, queda claro entonces, que la relación del masón con la DIVINIDAD se basa en una supracomunicación dual, es decir, entre conciencias, de manera que la forma de escuchar es desde el interior, donde los pensamientos se convierten en sonido y sólo son escuchados por la conciencia misma, es ahí donde encontraremos las respuestas buscadas ante los problemas y vicisitudes de nuestro andar, de igual manera podremos ser escuchados conforme ejerzamos ésta práctica, cada cual sabrá entonces sus designios y lo que debe o no hacer. Nos pasamos la vida pidiendo en tiempos difíciles que se nos de luz, que se nos proteja o ayude, cuando la ayuda, protección y demás, ya se nos fue otorgada desde el momento mismo de ser concebidos, se nos dio una conciencia y en ella ésta la respuesta de todo.

Hablemos de la relación con nuestra sociedad: ejercer la conciencia para encajar dentro de la misma, es tan importante como el hecho de mantener una constante comunicación con Dios, por el simple hecho de que no vivimos solos y todos necesitamos de todos, por lo tanto, la conciencia masónica del adepto consiste en ejercer su libertad de la cual se está convencido y se sabe dotado de ella como don divino.

El ser puro, que nace sano, libre, bueno y feliz, conforme crece va tomando sus propias decisiones que lo hacen alejarse de la salud, de la bondad, de la libertad y sobre todo de la felicidad, es decir va perdiendo pureza, por lo que su semejanza con Dios es cada vez menor, por lo tanto, se dice infeliz, pero la verdadera felicidad va más allá de esto, no es el concepto que se nos ha hecho creer respecto a que venimos a éste mundo a ser felices y que podemos lograrlo teniendo éxito, el cuál es marcado por cada sociedad en diferentes lugares y tiempos.


Veamos entonces, el hombre libre es aquel que se hace responsable de sus actos sin importar el resultado de los mismos, acata con valor y entereza cuando las cosas salen mal y trata de remediar o enmendar lo provocado por su actuar, si esto es posible, de lo contrario se sabe acreedor de una pena impuesta por la sociedad y la cumple. Ante el mismo es un ser libre y el ejercer la libertad lo hace feliz, por lo tanto, la libertad es felicidad y la felicidad es libertad.

Para comprender mejor esto, es importante entender que la relación con uno mismo es la base de todo, partimos de que la conciencia se ejerce mediante la libertad y que esto mantiene al hombre cerca de su felicidad innata, pura. Lo importante ahora es, entender que la libertad se ejerce mediante los actos y que estos deben ser el producto de una conciencia activa la cual se basa en el libre albedrio, es decir, antes de tomar una decisión y actuar se debe realizar una introspección axiológica la cual nos oriente a tomar, para nosotros y los demás, la mejor decisión, antes de actuar hay que pensar, ejercer un proceso tanto ético como moral, lo cual nos ayudará a responsabilizarnos de los resultados, cualesquiera que sean estos.

Si podemos notar, todas estas relaciones del masón, tanto con la DIVINIDAD, con la SOCIEDAD y con SIGO MISMO, no son más que el producto de ejercer la conciencia, de lo contrario se actúa sin pensar y se pierde la comunicación, la felicidad, la libertad y la pureza misma, lo que da como resultado el alejarse de la verdad, de su propia verdad.

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