martes, 8 de febrero de 2011

A LA VERA DE LA ESENCIA

“Se aprende al vivir en carne propia el resultado de cada decisión
y comportamiento en la vida,
el sufrimiento nos permite entender la felicidad,
la angustia nos permite entender la paz,
mientras que la tolerancia nos ayuda a comprender
y aceptar que todas las circunstancias,
aun las más difíciles, son perfectas, pues son lecciones
para el perfeccionamiento espiritual.”


De la tan mencionada crisis actual de la masonería que hace alusión a la falta de un idealismo generalizado, quizá de “independencia” y/o de “Tierra y libertad”  que verdaderamente nos una, se dicen muchas cosas, como el hecho de que: cada vez son menos los adeptos que valen la pena como los que verdaderamente aportan, que somos un grupo conformado por snobs donde el vituperio, las componendas y uno que otro fraude son el común denominador.

La cuestión es que la masonería como tal, jamás estará en crisis, mucho menos en peligro de extinción, ésta va más allá de sus miembros y de toda filosofía posmoderna de alienados, alineados y mamarrachos en pos de un pseudo-reconocimiento que no han encontrado en otro lugar, la masonería es sublime, eminente y por demás omnipotente.

Sin embargo, lejos de preservar los principios e ideales que le dieron razón de ser, estamos siendo absorbidos por la actualidad y el modus operandi de una sociedad cosmopolita que jamás ha salido de su pueblo, la masonería actual requiere de una emancipación, desprenderse de ese tutelaje decrepito, misoneísta, falto de tolerancia y laicismo, requerimos de una urgente renovación, que precisamente, no nos actualice, sino que contrarreste los embates de “esa” actualización de la cual todo sistema es participe, se quiera o no.

Por lo tanto, y de principio, podríamos refugiarnos en la tolerancia, pero no en aquella Sablanut: permisiva, atenuante, sumisa, indiferente, indulgente, que en aras del respeto a las diferencias, soporta y padece en silencio los estragos de los demás, causándonos doble daño, la tolerancia no es Sebel.
La verdadera tolerancia es una virtud, un acto introspectivo que requiere valor y tener bien puestos los arreos, es un ejercicio que va hacia la conquista de uno mismo, es el gnothi seaurón, para uno mismo y no para demostrar nada a nadie, pues dicha práctica no requiere de la aceptación, evaluación o indulgencia, mucho menos de fanfarreas.

No se trata de medir el grado o capacidad de aceptación de lo que nos parece contrario, diferente, amoral o inmoral, se trata de crecer, de practicar la paciencia, fraternidad, entendimiento, ecuanimidad y que a pesar de todo se puede respetar, considerar, pero sobre todo aprender, aprender a vivir con los demás, sin que esto nos cause mayor esfuerzo, como cuando nuestro equipo de fútbol pierde por una mala decisión arbitral.

La verdadera esencia de la masonería actual está aquí, en la práctica continua de la tolerancia que no evalúa negativamente, que comprende y respeta el derecho que tienen los demás a equivocarse, pero que a su vez, y ante lo intolerante actúa, siempre y cuando, el hecho de no hacerlo lleve consigo mayor perjuicio que el ya vertido, los males se permiten cuando el querer impedirlos de cómo resultado un daño mayor. Para que haya tolerancia se requiere de dos: lo intolerable y la conciencia libre de un ser resiliente, noble y de buenas costumbres.

Dicho lo anterior, sólo resta como aprendices acatar las normas de guardar silencio, respetar y obedecer, cuestiones que podrán lograrse para bien, mediante la tolerancia, recordemos que el silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría y la tolerancia la segunda. Después de todo, el hombre es hombre, por lo tanto imperfecto y perfectible, que pese a sus mayores esfuerzos siempre estará a la vera de la esencia, no sólo como masón, sino de la vida misma.

Emprendamos el camino con disciplina, seamos inmutables a lo ajeno, raro o diferente…

… “Visita Interiora Terrae, Rectificando Invenies Occultum Lapidem”

LIBERTAD:. IGUALDAD:. FRATERNIDAD:.



JOSÉ NICOLÁS SOTO VILCHIS A:.M:.

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